Un 21 de septiembre.. murió Aníbal Rojas Uribe

FullSizeRender (1)Un 21 de septiembre de 2014, mi padre cumplió su promesa: Esperar mi presencia para morir.

Jamás pensé que un pacto entre mortales, iba a significar tanto el día de su eterno adiós. No me encontraba preparada para ver como su vida se esfumaba y comprender que nos veríamos en otro plano terrenal, porque su tiempo ya había llegado.

A veces las personas están preparadas para partir, pero nosotros no estamos preparados para dejar ir. Ese era mi caso, aferrada a una serie de luchas, en las que mi padre ganaba en contra de todos los pronósticos, era un súper héroe con corbata y portafolios que jamás se rendía sin importar cual fuera su villano.

Eso me acostumbro a ser optimista y verlo como un ser invencible.

Con su partida, cualquier tipo de inspiración literaria murió en mí. Deje de escribir y me inmiscuí en los libros para buscar entre letras, otro mundo, donde tal vez pudiera ver sus ojos, escuchar sus palabras, vibrar con su risa. Me excedí: Empecé a leer 3 libros por mes, pensando que el dolor se iría esfumando como la lluvia en el pavimento cuando el sol empieza a salir.

Murió mi alma gemela. Y no suficiente con mi dolor, la vida me mostraba señales que su partida, significaría el comienzo de más dolores, lucha y victoria.

Debí augurar el futuro, cuando en su funeral, no se nos permitió decir las palabras de despedida, tal vez, mi familia paterna consideró que habían dolores más profundos que el de un hijo a un padre, aunque el tiempo después me mostro que ellos simplemente consideraban “que no habíamos sido lo suficientemente buenos hijos” como para despedirlo en su funeral.

Mi padre, siempre me decía que no temía morir y que a su partida su mejor herencia sería su familia, la cual nos apoyaría brindándonos nuevos hogares adoptivos. Pero que equivocado estaba, esa familia en la que él confiaba, se puso a cuestas una lucha, que no le correspondía del último noviazgo de mi padre, para demostrarnos que la sangre nos hace parientes pero la lealtad nos convierte en familia y en este caso no había ni lealtad ni familia.

La vida es tan paradójica que a su muerte termine durmiendo en su cama y viviendo con su familia. En el fondo creo que era reconfortante para mi estar en el lugar que él había vivido tantos años porqué en parte mitigaba el dolor de su partida.

En esa casa, vivía con mi tío y mi abuela. De mi tío solo puedo decir que es un hombre con una espiritualidad inmensa, un hombre dedicado al cuidado de su familia, era un hombre cercano, que me ofreció su hogar como refugio, sin pedir nada a cambio.

Mi abuela desde el primer día que llegue me recordó cuando le decía a mi padre “que aprendería a querer a sus hijos el día que nos viera partir del barrio en un camión de trasteos”, sin embargo no lo tome como una mala señal porque yo no estaba en esa casa por necesidad sino por duelo y pensé que a lo mejor si me conocía un poco más, podría darse cuenta que no era “la hija de mi papá” sino “su nieta”, un ser humano que había perdido a su confidente de vida.

De mi estadía en esa casa aprendí varias lecciones: a) En casa ajena el primer día eres invitado y el segundo eres arrimado. b) parientes lejanos y trastos viejos desde bien lejos y c) la gente que no te conoce te criticara y pensara que eres un desagradecido actúes mal o bien.

En esa casa emprendí nuevos propósitos.

El primero de ellos fue “reeducar” a mi abuela en su concepto de amor al prójimo. Jamás entenderé como podía tener la capacidad de tomar como propias causas ajenas de ciegos, mancos, pobres, adoptando nietos, bisnietos en cualquier  tierra lejana, mientras emprendía una campaña de persecución para que me fuera de esa casa, poniéndome letreros de prohibiciones de “NO cocinar después de las 6 ”, “No se permite la entrada sino hasta las 8” y recordándome que era la “hija de mi papá”, pero no su nieta, sin contar que uno de mis tíos manifestó no volver a visitar a la abuela, mientras yo me encontrara viviendo allí, por ser una vergüenza para la familia.

Pobre mi tío que se encontraba en la mitad de un dilema, era su casa, era su madre y aunque él no quisiera, se encontraba entre las quejas de su madre y los momentos que compartíamos juntos, estar junto a él, era como estar con una versión clonada de mi padre en muchos aspectos. A él mi agradecimiento total.

Mis días llegaron a su fin en esa casa. La “ex novia” de mi padre había decidido poner una demanda en contra mía y de mis hermanos, bajo la excusa de quedarse únicamente con la pensión. En esa cruzada maestra, la abuela, dos tíos y la empleada, decidieron declarar en contra de nosotros, faltando a la verdad, diciendo que mi papa vivía con esa mujer.

Esa mujer que tanto decía amarlo, nunca vivió con él. Mientras mi padre se encontraba en cuidados intensivos hizo un tour por los estados unidos, nos cobró la gasolina que gastó en sus visitas y los pañales que mi padre uso al final de sus días. Eran “novios modernos” de esos que en las buenas están pero en las malas no tanto. Muchas fines de semana tuve la fortuna de compartir con mi padre, porque prefería estar con su nieto, pero usaba el parte médico que sus hijos le dábamos para transmitirlo a la familia de mi padre aunque no se hubiese ni aparecido. No soy nadie para juzgar este amor, ni su actuar, pero aplastar a los hijos de quien amaba por dinero, no tiene sentido, más aún cuando es maestra, tiene apartamento propio estrato 4, está próxima a pensionarse. Para mí eso solo tiene un nombre y se resume en : Avaricia.

Ese día lo había visto venir, de mi abuela no esperaba menos, sin embargo me dolió que mi tío con el que había compartido mi niñez se prestara para semejante circo, donde la abogada demandante daba respuesta a mis memoriales señalando “que lo que me faltaba era amor en el corazón”.

Era ilógico que la familia de mi padre, quien contadas veces lo visito en su última hospitalización (4 de 9 hermanos) juzgaran el desempeño de sus hijos en su cuidado paliativo, a lo mejor nos faltó publicar en redes sociales cada vez que íbamos a cuidarlo para empezar a ganar puntos o manifestar que no podíamos ir porqué teníamos “el mal de Hashimoto”.

En el ir y venir de este proceso judicial hasta los taxistas se asombraban cuando les contaba que la familia de mi padre se había prestado para que nos demandaran, aun creo que esta historia podría ser vendible para el programa de televisión “La virgen de Guadalupe”, el problema es que al final ni la misma virgensita podría cambiar a mi abuela y a mi tía de su egocentrismo sin límites.

En la última audiencia, esa abuela que no aprendió a quererme ni el día en que me fui de la casa en un camión de trasteos, se acercó a saludarme como si estuviéramos tomando el té. Cuanta desfachatez debe haber en una persona para declarar contra su propia familia y al mismo tiempo hacer como si no estuviera pasando. Con todo el respeto la doble moral paisa está arraigado en el ADN de esa familia y exculpan culpas intentando trasladarnos su actuar en la justificación de que somos desagradecidos, malos hijos, resentidos, ignorantes, cuando no son capaces de mirarse a sí mismos para entender que solo en las películas de ficción la familia de sangre declara en contra de su propia familia para que una simple novia se quedé con los bienes que a mi papa literalmente le costó la vida obtener.

En desarrollo de ese circo, pasaron cosas inverosímiles al estilo de cien años de soledad, mi hermana en un mismo día fue invitada y “des invitada” al matrimonio de un primo bajo la justificación que “nunca nos había importado nuestro padre” y “ me siento decepcionado como seguro lo está el tío Anibal”, como se nota que él jamás lo visto todos los días, cambio bolsas de colostomía, trasnocho haciendo actividades que mi padre requería   o trabajo todo el día para después quedarse hasta la madrugada en el hospital, que fácil es ver los toros desde la barrera.

A partir de ese hecho nació la cadena de correos más grande de la historia la familia para atacar tres (3) sobrinos que habían perdido a su padre, tíos que nunca nos llamaron en los cumpleaños, que no hicieron parte de nuestras vidas, que no nos conocían, realizaban una inclusión familiar donde manifestaban lo decepcionado y tristes que se sentían indicando que deshonrábamos nuestra profesión y lo poco que habíamos conocido a nuestro padre. Hasta una prima cercana de sangre pero lejana de corazón se había atrevido a escribirme que había sido una desagradecida, después de que mi tío y mi abuela me habían brindado un lugar para vivir. Ante eso solo puede decir: La ignorancia es bella pero atrevida.

En medio de mi duelo, muchas veces me cuestione si estaba actuando bien o mal. Al final del día, mi padrino, hermano de mi padre, había sido el Ángel salvador que había dado un salto de fe por mí pagando mis estudios universitarios y mi otro tío era esposo de la hermana de mi mamá, siempre nos había ayudado, nos conocía y nos había regalado los mejores primos hermanos del mundo, pero concluí que una cesta de manzanas pueden haber varias manzanas podridas y eso no quiere decir que la cosecha este echada a perder.

En medio de la búsqueda de pruebas para defendernos de la demanda interpuesta, la vida nos demostró la falsedad de las personas, la misma tía, de profesión periodista, facilitadora de EFT, que no era capaz de aplicar técnicas de liberación emocional en sus tres sobrinos y quien a su vez era máxima defensora del proceso interpuesto por la “exnovia” de mi padre, indicaba en un cruce de correos “que ellos sabían que xxxx estaba con él por los gustos y comodidades que le brindaba” y entendí que el problema no era personal, no era porqué fuéramos nosotros, en su personalidad estaba tomar como propias causas ajenas y ser la luz del mundo, aunque con eso tenga que opacar a otras personas.

Con mi padre teníamos un juego llamado el “juego de la crueldad”, consistía en mencionar que podía ser peor: si quedar sin piernas o sin brazos, morir de hambre o de sed, ser sordo o ciego, enamorarse y perder su amor o nunca enamorarse. Él siempre tenía las respuestas más creativas y ganaba. Solo nos faltó una pregunta “es mejor no tener familia o tener familia y que está ayude a que te demanden”. Cuando nos encontremos en otro plano terrenal sabré su respuesta.

Con la llegada del papá Francisco a Bogotá, hice la promesa de ir en nombre de mi padre y escuchar su mensaje: Perdón con justicia. A través de ese mensaje me di cuenta que no era capaz de perdonar a quienes me habían ofendido porqué sentía que no había justicia.

Este escrito es tal vez la justicia que necesita para desahogarme, para perdonar a esos verdugos que nos hicieron la vida imposible en medio de un duelo.

Justicia es saber que el Aníbal Rojas Uribe,  que conocimos sus hijos sigue presente y que al final del día no importa si su familia piensa que lo cuidamos bien o mal porque ellos jamás entendieron su mensaje que era no juzgar al otro, actuando duro con el problema y suave con las personas.